01

Las huellas del nómada y el ritual como acción poética
por Natalia Gabayet González 


La obra de las tres artistas seleccionadas dialoga con el mundo de las diosas, los ancestros y los espíritus, seres de poder que al habitar la imaginación moldean las obras de estas tres mujeres. Las danzas y los rituales experimentados a través de la escultura, la pintura y la foto son los escenarios para mirar el mundo de otra manera; en ellos vemos cómo la metamorfosis es uno de los temas centrales en la religiosidad de los pueblos originarios, donde curanderas, diosas, nagualas, ancestros y otros espíritus pueden transformar su apariencia y convertirse en algo diferente, pero sobre todo permitirte observar una materialidad distinta de las cosas. Cambiar el rostro, la mirada o el punto de vista es la acción de la metamorfosis, y en las obras de Palau, Terroso y Echeverri se toman esos otros cuerpos y adquieren por la tanto la identidad espiritual de quienes representan, ya sean los ancestros yumanos, las diosas del agua, las tigras, las diablas o la fariseas. Al tomar esos cuerpos y convertirse en espíritus invocan la fertilidad, ese bien común que reparten en la comunidad junto con los frutos de la madre tierra.




Marta Palau


01



En la obra de Marta Palau hay confluencias con la forma de mirar el mundo de los pueblos indígenas de Baja California. Podríamos pensar que la selección de Palau, a la que se han referido diferentes críticos como su segundo nacimiento en las tierras de los yumanos, es un disparate pues los indios de esta región son nómadas. Pero esta artista está marcada por la movilidad, pues Palau pertenece a una estirpe migrante, la del exilio español. ¿Busca Marta Palau un territorio inamovible al cual asirse? La belleza está en los matices, pues el nomadismo de los yumanos es en realidad un conjunto de circuitos de caza y recolección precisos que se repiten anualmente en los que la historia mítica traza los caminos, la toponimía y la memoria como pueblo. Mal entendido el nomadismo como algo sin pertenencia a un territorio, que no funda arraigo a una porción geográfica o en estereotipos en los que el desierto es visto como el clásico escenario donde cualquiera se pierde porque no hay “nada”, en realidad es un territorio observado y apreciado hasta en su más mínimo detalle, lleno de biodiversidad y riqueza, así los trashumantes conocen cada roca, cada remanso de arena, cada especie de agave, además, justo en esta región del mundo la sierra de San Pedro Martir representa la costilla de la tierra como dicen los propios kiliwas, en el que habita el cóndor y cae nieve, así es que la idea de que los pueblos del desierto viven en una inmensidad vacía es otro de los estereotipos que no sirven para entender la obra de Marta Palau. Por ejemplo, las pinturas rupestres que le inspiran son, en muchos de los dibujos antropomorfos, representaciones de los clanes o linajes, siempre asociados o dueños, por decirlo de otra manera, de un manantial y un circuito de caza recolección, es decir que son a su vez marcas territoriales. La ontología del nomadismo entonces, nos presenta otra manera de vivir en movimiento, es decir que la sedentarización obedece a ciertos momentos que tienen una función específica. Pienso que es justo en este punto donde Palau se identifica con los yumanos, pues vive entre dos territorios: la ciudad del Altiplano del centro de México y la ciudad del desierto junto al mar, y para ella la ontología nómada es parte de la humanidad: Marta Palau se mira en ese espejo, el de los pueblos de Baja California.

Otra confluencia entre Palau y los kiliwas, cucapá, pa ipai y kumiai es la de crear cuerpos. En la ritualidad yumana se construyen cuerpos rituales para establecer un intercambio comunicacional, en el que las emociones que producen hablar con los ancestros, darles de comer y bailar con ellos, son la experiencia social más importante de estos paisajes culturales, pero sólo debe suceder en el tiempo y en el espacio del ritual; tal vez justo por eso, para ubicar el dolor de los ancestros perdidos, Palau les da cuerpo a sus muertos, para compartir con ellos un poco de vida.

Cómo funciona el proceso mediante el cual, una hechicera –como la artista describe o nombra a sus nahuallis- comunica los mundos, cómo se relaciona con los ancestros o cómo los guamas en los ritos funerarios de los indios yumanos reciben la voz de los muertos y hablan a través de ellos. Palau ejerce a través de las acciones poéticas de su arte, la misma dinámica creativa que los pueblos originarios de Baja California realizan en sus rituales: en ambos, Palau y los yumanos, opera algo que motiva la proyección, o dicho de otra manera la evocación, es decir que por medio de un gesto, un trazo o una disposición en el espacio, se ejerce un disparador en el sistema del pensamiento del espectador que completa una escena o una atmósfera que alude a las emociones, que las toca. Inspirada en la ritualidad, arcaica y contemporánea, de los kiliwas, cucapá, pa ipai y kumiai, Marta refrenda el universo compartido de la percepción y los sistemas de pensamiento que funcionan a partir de la maquinaria de la imaginación.

No pensemos que la imaginación puede, de manera desbocada, ir sin ton ni son hacía cualquier tipo de campo de significados, pues siempre se trata de universos descifrados en clave cultural. Por este camino pero de manera sorprendente la artista ha retomado las pocas expresiones materiales de una ritualidad determinada y ha comprendido su significado profundo, y su trabajo desprende una densidad etnográfica que refleja una inmersión entre estos pueblos que detentan un complejo simbólico de miles de años.



01 01 01 01 01 01 01 01 01 01




Sofia Echeverri

01



Las tigras, las diablas, la señora del agua o la señora de la fertilidad de Echeverri, aluden al mismo concepto de ceremonias de la fertilidad y la lluvia, de las montañas de guerrero con sus danzas de los tigres, a las diablas de la costa, o a los papeles recortados de San Pablito que rememoran ese diálogo infinito y cíclico entre aquellos que piden y ofrecen y aquellos seres que les gusta recibir la ofrenda para proveer del agua y la vida.

El mito de la danza de los tigres de la montaña de Guerrero, del que Echeverri se inspira, narra la repartición del maíz entre los barrios representado por la pelea de los guerreros jaguar. La artista concibe ahí a una guerrera, pero también en el mito está la idea del altepetl, este símbolo importante para los pueblos originarios, en los que la montaña es la contenedora de las riquezas del mundo y por lo tanto del agua.

Las diablas también se asocian a esta idea de un mundo de abajo donde se encuentran los frutos de la tierra, la fertilidad de la vida. Este lugar, el inframundo, tiene efectivamente varios dueños, entre ellos los diablos; antes el inframundo solamente le pertenecía a los espíritus prehispánicos, pero hoy forma parte de ese mundo una miriada de seres que, reconceptualizados y contenedores de múltiples identidades, ostentan su pertenencia. Son diablos y son catrines al mismo tiempo que los dueños del monte. A ellos hay que prestarles el cuerpo, a ellos hay que bailarles y para hacerlo nos ponemos su rostro, al hacerlo se echa a andar la herramienta de la metamorfosis más exitosa de la ritualidad mexicana, las máscaras de las danzas indígenas.



01 01 01 01 01 01 01



Señoras del poder

Esta serie de cerámicas con cuerpo de tela surgen de la serie Pedir la lluvia. La particularidad de esta serie tiene su origen en las figuras de papel amate recortadas que realizan los brujos y curanderos en el pueblo otomí de San Pablito, Municipio de Pahuatlan, Puebla. Los espíritus son representados por los muñecos. La ceremonia la realizan los curanderos con los figuras de papel amate para realizar limpias a los enfermos. Las figuras representan los Señores que tienen el poder de curar. La serie propone que sean señoras las que representen las diferentes fortalezas.



01 01 01




Claudia Terroso

01



La propuesta de Terroso, está habitada por las Diosas del agua que recuerdan a la sirena de los totonakus de la huasteca, la dueña de las aguas que corren bajo la tierra. La sirena es también la personificación del dios huracán, a veces masculino a veces femenino, pero siempre caprichoso, que trae las aguas para la milpa y los animales del monte en forma de lluvia, pero también desata huracanes o se roba el alma de quien descuidado pasea cerca de un manantial: ambos dioses, la sirena y el huracán, personifican esos seres poderosos del agua con los que hay que negociar.

En la narrativa de la fotografía de Terroso las mujeres en el agua son también el cuerpo de la sirena, pues la personifican en su cualidad femenina y por lo tanto acuática. Desde la concepción de los pueblos de la huasteca el agua es el cuerpo mismo de la sirena. Al representar a las diosas del agua dentro del río, nos orilla a una percepción fractal de un cuerpo en su mismo cuerpo, una puesta en abismo de la imaginación que hace poderosa la imagen.

Al oficiar una ceremonia, ofrecer sus cuerpos floreados al agua, la brujas también están pactando la repetición milenaria de los ciclos de la vida, del nacimiento y de la muerte que emerge del cuerpo femenino creador. Al llamarles así, brujas, además del poder de la creación de la vida, se las construye como seres de conocimiento, viejas sabias que conocen el comportamiento del clima y la personalidad de los espíritus, que saben cómo dialogar con ellos por medio de la gestualidad corporal, que saben como susurrarle a los dioses, por lo tanto Terroso edifica a las brujas como mujeres de poder.



01 01 01 01 01 01 01 01



Las brujas habitan aquí

Las brujas habitan en este lugar, no se sabe cuantas viven ahí, solo se cuenta que no pueden tocar las orillas. En las orillas habitan seres malignos que no pueden sumergirse. Las brujas conceden deseos a través del cristal monumental que se alza por toda la orilla.



01 01