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Reinventar la naturaleza

Jueves, 25 Abril 2013 21:43 Escrito por Angélica Abelleyra

 
¿Dónde ver el espíritu de los árboles? ¿Cómo escuchar el respiro de la marea nocturna? ¿Cuándo admirar el peregrinaje de las tortugas? ¿Por qué construir monumentos al silencio, homenajes a la nada?

Mediante sus instalaciones, Helen Escobedo (1934) nos otorga elementos para que cada uno elabore sus respuestas en tanto ella hace una obra sin anclajes: “Esa es mi búsqueda: dejar el trabajo abierto, porque debemos cuestionar la validez de todo”.

Sin ideas preconcebidas, utiliza mallas de acero, paraguas, llantas viejas, trapos inservibles y toneladas de basura con un solo fin: reinventar la naturaleza. Por eso sus proyectos están ligados a la esencia del lugar, a los rumores de la luz y a los rastros humanos de cada espacio que interviene.

Sean a la orilla del mar, en el museo, dentro del parque o junto a la border line, sus obras efímeras o permanentes existen sólo en razón de determinado contexto ecológico, cultural, social y político en San Francisco o Nueva Zelanda, Santiago de Cuba o Jerusalén, Londres o Montreal, Praga o Varsovia, la ciudad de México o Tijuana.

Al iniciar la veintena de edad, Helen era ya una escultora con sede en la Galería de Arte Mexicano. Pero se alejó de la figura humana y realizó una serie de muros dinámicos donde objetos extra escultóricos jugaron un papel fundamental: televisores y ventanas se incrustaron a la superficie y ella comenzó a trazar su camino como escultora ambiental, enriquecida con participaciones en el arte urbano cuando Mathias Goeritz la propuso como una de las artistas de la Ruta de la Amistad (1968), durante las Olimpiadas.

Su presencia en proyectos colectivos destaca además en el Espacio Escultórico de la UNAM, ideado por otros cinco artistas (Mathias Goeritz, Manuel Felguérez, Federico Silva, Sebastián y Hersúa) además de Helen como única mujer que visualizó este homenaje abierto a la naturaleza y al hombre unidos por un sentido cósmico.

Empero sus trabajos de naturaleza permanente, donde figuran casas, escuelas y un edificio de oficinas, encuentra en el carácter efímero de sus instalaciones un aire de libertad y juego con el que invita al espectador a sumarse a la experiencia creativa. Por eso construye jardines imposibles, salva canoas del oleaje, alerta contra los incendios forestales y conduce a buen puerto a cientos de tortugas ficticias con caparazones de paraguas y patas de llanta de automóvil fuera de uso.

Becaria del Royal College of Art de Londres y ganadora de la Beca Guggenheim en 1991, junto con el fotógrafo Paolo Gori dio origen al libro Monumentos mexicanos. De las estatuas de sal y de piedra (CNCA/Camera Lúcida/Grijalbo, 1992), libro juguetón y crítico donde las piezas honran a Juárez y Morelos, al libro de texto y al camarón. Ella donó las dos mil fotografías al Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM.

Viajera permanente, con estancias alternadas en México y Alemania, su vida ha estado ligada al juego de la creación, a la libertad en su nexo con el espectador y a un indeclinable respeto por la naturaleza de mujeres, hombres, mundo vegetal y animal. Fue directora del departamento de Artes Plásticas de la UNAM y del Museo de Ciencias (1961-1974); estuvo al frente del departamento de Museos y Galerías de la UNAM (1974-78); sirvió como directora técnica del Museo Nacional de Arte (1981-82) y coordinó el Museo de Arte Moderno (1982-84). Tareas en las que sorteó la burocracia y que, como en su obra, ha logrado cuestionar la validez de todo.

Texto publicado originalmente en La Jornada Semanal (05/septiembre/99). Integra el libro editado por la UANL.
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