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Pintora de profundidades

Lunes, 26 Mayo 2014 11:42 Escrito por Angélica Abelleyra    
¿Abrir un pedazo de tierra y ponerlo en un cuadro? ¿Avizorar un archipiélago y explorar sus profundidades más que sus límites? ¿Alimentar fuegos nocturnos con el silencio del trazo? ¿Atrapar arenas y piedras para luego lanzarlas al viento como pobladoras de nuevas naturalezas?

Irma Palacios encuentra sentido en todos estos quehaceres. Debió ser geóloga o arqueóloga, para sumergirse en la profundidad de un peñasco o ahondar en los secretos que guardan los vestigios terrestres. Pero se decidió por la pintura y, a través de ella, no hace una copia de los micromundos que le incumben; prefiere inventarlos, más allá de la obviedad y lejos de la superficie.

Guerrerense de nacimiento (1943), creció en diversos terruños: de Coahuila a Oaxaca y de allí a Puebla. Su padre era inspector de educación y por ello debía viajar con la familia hasta que se reinstalaron en Iguala, donde la niña comenzó a interesarse por el dibujo y la pintura. Interna en un colegio, copiaba los grabados de los diccionarios Larousse y desde entonces, como ahora, el trazo de líneas y la invasión de colores la abstrajo del mundo y la separó del tiempo común.

A los quince años se trasladó a la ciudad de México. Por las mañanas trabajaba en una oficina organizando fiestas en casas y yates y en las tardes iba a la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado “La Esmeralda”, del INBA, donde acudió al taller libre del maestro Reyes Haro y posteriormente fue alumna regular en la carrera donde conoció a su futuro marido: Francisco Castro Leñero, y a sus amigos Ilse Gradwohl, Gilda Castillo, Victoria Compañ, Gabriel Macotela y los otros hermanos Castro Leñero: José, Miguel y Alberto.

Trataba de aprender todo de la academia pero principalmente explotó su investigación en los materiales pictóricos muy a la manera del informalismo español de Tápies y Manolo Millares. Con el tiempo depuró su manera de abordar la tela y se inmiscuyó en la abstracción lírica que ejerce de manera fiel.

Pintora de árboles cristalizados y oleajes suspendidos, se le considera sucesora de Lilia Carrillo (artista pionera de la abstracción lírica en México). Ha exhibido sola o acompañada lo mismo en casas de cultura, museos y galerías en México, España, Cuba, Yugoslavia, Polonia, Dinamarca, Suecia, Bélgica, Bulgaria e Italia. Ha sido acreedora de premios, como la Primera Bienal de Pintura Rufino Tamayo (1982), cuando conoció a Juan García Ponce, escritor que se convertiría en uno de los principales impulsores de su obra y del movimiento pictórico llamado de “ruptura”.

Veedora incurable, puede pasársela un día completo sentada en el parque mirando pasar personas y animales. Los observa plácidamente pero no hace bocetos de rasgos ni movimientos porque “se rompería la magia”. Entonces regresa a su estudio, se planta frente a la tela y sabe que surgirán esas imágenes, aunque sobre la superficie terrosa felizmente ese dibujo que podría recordar a un árbol o un caballo no parezca nada… nada, a simple vista, porque aguzando el ojo la tela se colma de aire, luz, sensaciones y otros pobladores.

Texto publicado originalmente en La Jornada Semanal (17/sept./2000). Integra el libro editado por la UANL.
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