La vejez es nuestra

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La vejez es nuestra
Por Angélica Abelleyra (*)

La vida es un camino cuyo final nadie conoce pero que vamos por ahí construyendo con tropiezos y algo de imaginación surcada por espacios de luz, oscuridades o arcoíris en el mejor y justo de los casos. Lo que sí conocemos y vivimos en carne propia es cómo esa existencia suma pasos, días, arrugas, soledades, trote, agotamiento, anhelos, ira y candores hasta llegar al colapso.

Vida Yovanovich y Elizabeth Ross suman ojos y corazones para decirse, decirnos: la vejez es nuestra; arropémonos en ella porque es el sendero a transitar si acaso tenemos suerte.

Es el espejo que aun con su carga de bruma, confusiones y estropicios a punto de apagarse, nos otorga rostros y matices profundos. Es el agradecimiento con baile, es la efigie honrosa de la cicatriz en el pecho, de los lunares en la barriga y el miedo -siempre el mentado miedo- al proceso de envejecer, ahora transformado en admiración y ternura. Es la complicidad con mascarilla y acupuntura, y es el gozo de esa raíz materna que retoza con su hermana entre goyas y mambo.

Acompañemos con nuestro aliento ese vaivén tibio, compasivo y calmo que Vida siente por su madre y por esas mujeres signadas por la renuncia. Festejemos el orgullo ruco de Ita, Nono y Elizabeth

Celebremos los 25 años de la construcción visual de Yovanovich en esa Cárcel de los sueños con la cual nos apachurró ánimos y horizontes idílicos a través de su serie de mujeres tristes junto a palomas heridas. Transcurrido el cuarto de siglo, hoy quizás nuestra percepción de la vejez es menos dramática y más lúdica, al grado que esa prisión fotografiada se desfigura y reconstruye con una poética todavía cercana a los miedos pero depurados con el filtro de la dulzura y la aceptación del tiempo con memoria.

Bailemos otro mambo junto con Ita y su hermana Nono. Enriquezcamos nuestro rostro junto al de Vida, marcado por los surcos del asombro en el baño del asilo desvencijado. Porque el vacile aligera el pasmo. Porque consuela hermanar soledades.

Con las imágenes que ustedes podrán mirar ahora, ambas creadoras trastocan el testimonio de cuerpos añejos en caricias de afecto milenario hacia sus marcas originarias y también para el hoy de sí mismas. Ojalá que la carga de aliento de aceptar la finitud con dignidad llegue a quienes humanamente abrazamos la vida, por lo menos hasta que llegue el colofón que compartiremos luego.

(*) Periodista cultural, especializada en artes visuales.



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ITA
Por Elizabeth Ross

ITA es un homenaje a un cúmulo de vida concentrada en el cuerpo que me acogió en semilla: mi madre. Es también un diálogo con el espejo que es de mí y con el espejo que nos muestra Vida Yovanovich.

Soy la primogénita de mi madre. El mirar de frente el proceso de la vida en ella, de los veinte años que me adelanta y el reflejo de mi propio devenir, es algo que me surge como urgencia. Urgencia de recuperar tiempo perdido, urgencia de atesorar sus momentos de debilidad y de gozo, pero sobre todo de complicidad. Complicidad manifiesta también en este “dejarse fotografiar” que nos acerca.

La vejez y la consecuente muerte es un proceso duro. Trato de abordarlo de distintas maneras y desde distintos ángulos, pero éste, el mirar a través de mi madre, es el que me allega más al fondo y a la certeza de que es el aquí y el ahora que tenemos para abrazar la vida. Y la abrazo abrazando a Ita.

Noviembre del 2018, a sus 85 años.

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Cárcel de los sueños, vio la luz por primera vez hace 25 años! Y si alguien entonces me hubiera dicho lo agradecido que este trabajo sería conmigo, no lo habría creído.

Mi trabajo anterior con muñecas, niñas, mujeres… me llevó de la mano hasta colocarme de frente, a lo que entonces eran mis miedos y temores… El paso del tiempo, la vejez, el deterioro… el abandono en un sitio donde la muerte resultaba ser una mejor opción.

Y no le tengo miedo a la muerte, le tengo miedo al proceso de envejecimiento hasta la muerte, a este proceso le tuve miedo hace 25 años y pienso que hoy, le sigo temiendo… sobretodo ahora que los años me han colocado tan cerca del cuerpo de algunas de mis mujeres de entonces…

Tus miedos colgados sobre la pared, alguien habría mencionado en alguna de las exposiciones… Pienso que los miedos no desaparecen, los miedos al confrontarlos se transforman y adquieren una proporción menos agresiva, pero no desaparecen del todo.

Y quizá el proceso del autorretrato fue lo que en realidad me llevo al duro trabajo personal, y quizá también por ello, esas imágenes estuvieron guardadas tanto tiempo. Este fue el verdadero proceso que me acercó a mi madre y que me permitió fotografiarla, y a través de los años cada vez que la muestro y hablo de ella, es admiración y ternura lo que siento.

Hoy me recuerdo yo en ella y en todas esas mujeres que me permitieron con su imagen trazar un círculo de tiempo y memoria que al día de hoy sigue vigente.

Vida Yovanovich
Noviembre, 2018.